46 grados
Por Alejandro Monreal
No se te olvide cerrar la puerta -dijo mi esposa imaginaria-. A decir verdad, ni casa tengo. Cuando esa alucinación se mete en mi cabeza sólo entrecierro los ojos y respiro medio profundo, o profundo y medio, dependiendo de qué tan fuerte me grite mi alma gemela. Digo que no tengo casa porque un grillo puede vivir donde sea, da igual si es debajo de un sillón, detrás del lavadero o entre las cajas de los zapatos. Sin embargo, cada compinche, cada camarada tiene sus lugares predilectos. En mi caso, he encontrado bastante cómoda la cama de mi anfitrión. Aquí debo hacer un paréntesis para explicarles que anfitrión es todo aquel que nos abre las puertas de su casa sin saberlo y por supuesto sin desearlo. Me refiero, claro está, a los humanos, esos seres que caminan en dos patas y calientan su comida antes de ingerirla. Aunque al principio es pura adrenalina, al segundo o tercer día te acostumbras y puedes descansar y de paso alimentarte con los restos de piel y vello corporal de tu anfitrión. A veces dejan comida en la cama. He alcanzado a escuchar en las noticias que para los humanos es malo comer en la cama, pues es como una invitación para las cucarachas, esos seres fantoches que presumen de su alta tolerancia a la radiación y su “gracia” para volar cuando se sienten amenazadas. En mi caso no debo preocuparme, porque hace unos días mi anfitrión roció casa y media con Cipermetrina, altamente tóxica para la competencia y cualquier incauto que se atreva a presentar su alma lo suficiente cerca de su radio de acción, es muerte segura. Confío en que mi anfitrión sea lo suficientemente inteligente como para no rociar su cama con aquello, así que aquí estoy seguro.
Debo confesar que me siento afortunado, pues tengo un humano culto, o por lo menos eso intenta parecer. Casi todas las noches deja su libro sobre la cama cuando se queda dormido, con la luz encendida, por supuesto. La otra vez estaba leyendo uno de Sarita Sefchovich, muy bueno, por cierto. Han de comprender que, dadas mis dimensiones y masa, en comparación con la de un libro de tamaño estándar, me es imposible cambiar de página, y por ende, jamás he terminado uno completo, sólo pedazos; sin embargo, son suficientes para tener tema de conversación cuando visito a algún camarada. Hace tiempo leí una frase de El lobo estepario, decía: “teatro mágico, no para cualquiera, no para cualquiera”. No es muy profunda, pero no se me olvida. Si fuera humano, la pondría en el vidrio trasero de mi auto, se vería de lujo; estoy seguro de que apañaría a los camioneros con sus frases esas de: “murmuren víboras” o “Señor, en ti confío” o peor tantito, “unidad vigilada por mi vieja».
Un grillo ve de todo, en especial por las noches, que es cuando, según los humanos, solemos cantar. Ahí es donde se equivocan, no es canto, son carcajadas. Nuestra risa, puede durar horas sin parar, a menos que nos sintamos amenazados, entonces sí, nos callamos y salimos juidos, como dirían en el rancho. Dejen que les cuente aquello que mis ojos vieron y mis antenas sintieron aquel día de mayo, que me provocó un eterno frotar de patas traseras. Por cierto, no se hagan güeyes, yo sé que han visto a muchos de mis camaradas frotarse las patas antes de que mueran aplastados por la suela de sus flexi. Ya fue mucho preámbulo, comenzaré con mi historia…
Hacía mucho calor, ignoro si era canícula, pues no soy de rancho y mucho menos meteorólogo, pero lo pude confirmar porque en la casa de atrás aún escuchan radio ranchito. En las pausas siempre hay una grabación con voz interesante que dice la temperatura, que en ese momento era de 46 grados. Ignoro cómo es que perciben el calor los humanos, pero yo me sentía tan sofocado que tuve que salir de mi camita y recorrer el pasillo hasta la sala. Ustedes han de saber que una cancha de tenis es mucho más grande que una “casa” del infonavit, pero dado mi diminuto tamaño, me lleva unos cuantos minutos completar mi hazaña. Mi humano había dejado encendido el play 3 y la tele con el Netflix activado, así que me dispuse a ver la última parte de un capítulo de Family Guy. Un momento -pensé-. Éste hombre sólo deja prendidas las cosas cuando sabe que no va a tardar, así que es probable que llegue en cualquier momento, en todo caso, aquí estoy seguro.
A lo lejos pude percibir el rugido de la CBR1000RR edición Repsol de mi anfitrión, pero mis antenas detectaron que un segundo cuerpo montaba aquella bestia con ruedas. Escuché una voz distinta y una risa después. No cabía duda, era una hembra humana. Me parece sorprendente después de tanto tiempo. Ya eran meses en que mi humano no invitaba ni a hombres, así que casi me convence de su celibato. Abrieron la puerta y entró primero ella, una morena de estatura media. Era delgada, tenía buen cuerpo. Por mi extrema habilidad para detectar edad, le calculé unos 35. A mi humano le gustan mayores que él. Eso confirma lo que leí en aquel guats que le envió a uno de sus amigos. Decía: “me gustan las milfs”. Ésta se veía con experiencia. A juzgar por mi análisis, por su canal de parto ya habían pasado entre dos y tres chamacos bien logrados y sanitos. La dama venía acalorada y debido al horno en que se ha convertido esta casa, comenzó a sudar bastante. Mi humano se sentó en el sillón, junto a ella. -Me siento nervioso, ya no sé por dónde empezar- le dijo él. Ella sonrió y se acurrucó en su pecho. Comenzó a acariciar su torso y a besarlo lento. Él puso una mano en su cintura y subió de a poco hasta dar con uno de sus senos. Ella se estremeció y comenzó a besarlo de forma más intensa, tanto que pude escuchar la respiración agitada de ambos.
Empezó el flirteo. El tamaño y consistencia de los pechos de aquella hembra era perfecto, ni muy muy, ni tan tan, diría mi mamá grillita, que en paz descanse. Dentro de los placeres y deleites grillunos, también se encuentra el voyeurismo. Como les decía unos párrafos atrás, podemos ver, sentir y oler casi todo lo que hacen nuestros anfitriones, y sus momentos más íntimos no son la excepción. Ahí estaba yo, debajo de ese sillón, bien acomodado en una de sus patas para no morir aplastado por los naic de mi humano o los flats de su compañera. Los 46 grados comenzaron a calar también en la sala. Vi ropa caer al piso, era la blusa floreada de la dama. Luego cayó la playera verde sólido de mi anfitrión. Los besos siguieron intensificándose. Ella pasaba sus manos por el pecho de él mientras besaba desesperadamente su cuello. Los gemidos eran de placer genuino, y eso que aun no empezaba lo mero bueno. Él retiró el brasier de ella y comenzó a saborear sus senos delicadamente. Su suavidad era tan increíble que hasta downy y suavitel hubieran pagado para que fuera partícipe de sus comerciales. Con paciencia y cuidado, mi humano lamía los pezones de su amiga en formas circulares para terminar con una delicada succión que provocaba gemidos de placer en ella.
En efecto, podía oler y sentir, pero yo quería ver, así que no lo pensé dos veces y salto tras salto logré llegar al estereo que queda casi frente al sillón. Desde ahí, el espectáculo estaba garantizado. Lo reitero, que belleza de senos. Por fin comenzaron a caer los pantalones. Primero cayó el de él, lo cual no representa goce alguno para mí, pues para empezar, soy hetero y para terminar, ya estoy acostumbrado a verlo. El deleite fue ver las piernas de ella descubiertas y un cachetero de licra que cubría su sexo. Ella se puso de rodillas y comenzó a besar el abdomen de mi humano, bajando lentamente hasta toparse con su miembro. Así, sobre el bóxer rayado comenzó a morderlo con delicadeza y continuó haciéndolo durante casi un minuto. Después, comenzó a retirar aquel pedazo de tela hasta dejar al descubierto a mi humano. Todo lo anterior, sucedió mientras él intentaba contener sus gemidos. La excitación ya era más que evidente y también el calor. Tomó el pene con su mano y lo besó desde el glande hasta el tronco y de regreso, luego lamió en círculos la punta del mismo para introducirlo lentamente en su boca. Mi humano pudo sentir la humedad y el cambio de temperatura al interior. Era un salir y entrar glorioso. La dama lo hacía con tanta delicadeza que parecía que le hacía el amor únicamente al miembro. Ella lo disfrutaba y él con mayor razón. Sus cuerpos se debatían en un éxtasis que ni las mismas tachuelas suelen lograr.
Mientras ella lamía, chupaba y succionaba, él intentaba arrancar el cachetero de su compañera, lo que obligó a ésta a levantarse y pausar su encomienda. Ya de pie ella, mi humano besó las costillas y el abdomen de la dama hasta llegar a su monte de Venus y aspirar su aroma. Se detuvo un poco y con la yema de sus dedos acarició a su compañera desde los hombros hasta las caderas, deteniéndose nuevamente en su abdomen y costillas para besar y lamer cada espacio disponible. Luego, retiró lentamente el cachetero hasta llegar a sus pies y quedarse con él en su mano derecha, orientado perfectamente hacia donde estaba yo, expectante de todo lo que alcanzaban a ver mis ojos. Con ansias, le pedía a mi dios grillo que mi humano lanzara aquella prenda en mi dirección y así pasó. Quedó a escasos treinta centímetros de mi ubicación. El aroma que desprendía aquel pedazo de tela era indescriptiblemente dulce, como pelota que huele a frutas. Satisfecho, regresé a mi antigua posición cerca del estéreo para continuar disfrutando aquel concierto de hormonas.
Mi humano le pidió a ella que se recostara en el sillón y se relajara, lo cual era imposible porque la dama estaba hirviendo de excitación. Presto y con un aire de desesperación y pasión tomó sus piernas y las separó para poco después poner entre ellas su cabeza y comenzar a lamerle el sexo. Un gemido placentero inundó momentáneamente la sala, seguido de un “ay, qué rico, qué rico, mi vida”. La mujer ya era suya y la única forma en que saldría de allí, sería teniendo un orgasmo. Él siguió lamiendo con dedicación cada espacio de aquella hermosa vulva, cuyo aspecto era celestial, como si la misma Venus la hubiera moldeado con sus propias manos. Lo mejor de todo fue que, desde el lugar en que me encontraba, podía ver cómo se humedecía de forma frecuente y abundante. Podía percibir en cámara lenta cómo emanaba cada gota de esa sustancia gloriosa, diáfana y perfumada. Mi humano deslizaba su lengua por aquí y por allá, primero de arriba a abajo y después en círculos alrededor de su clítoris para terminar con una leve succión de sus labios que desencadenaba una serie de gemidos más o menos armoniosos por parte de la dama. La vagina estaba lista para recibir y el pene listo para entrar, sólo hacía falta que uno de los dos lo decidiera.
-Ya cógeme, por el amor de Dios- le imploró ella. Él continuaba lamiendo, evidenciando así, la excitación que le provocaba regalar sexo oral a su compañera. Todo indicaba que parecía disfrutarlo más él que ella. Cualquier hombre que lee sabe que, según los libros de Silvia Olmedo, las mujeres se aburren con facilidad cuando el sexo es repetitivo, o bien cuando el hombre no les da lo que ellas piden, así que tomó su miembro por el tronco y lo frotó de arriba a abajo en la vulva de aquella, para después introducirlo suavemente en su vagina. -Ah, que rico, está calientita- dijo él mirándola a los ojos. La cópula había iniciado. Mi humano rodeo a su compañera con ambos brazos y comenzó a besar sus pechos y lamer sus pezones, mientras metía y sacaba su pene de aquellos divinos genitales femeninos. Ella rodeo el cuello de mi anfitrión con sus brazos y lo acercó a su rostro para robarle un beso intenso sabor a cuerpo, un beso tan cálido y húmedo que reflejaba el placer en el que estaban envueltos aquellos dos. En la sala había gemidos que probablemente iban a dar hasta la casa del vecino. Por los cuerpos de los amantes podían verse las gotas de sudor deslizarse una tras otra. Habían perdido la noción de la temperatura y yo también. Hipnotizado por aquella escena, mis patitas traseras comenzaron a frotarse una con la otra para emitir un canto de placer que duró no sé cuánto.
El éxtasis tan elevado hacía que mi humano funcionara en una suerte de nivel psicótico, tanto así que en su cabeza escuchó una voz diciéndole “I want it in doggie style”. Siendo yo tan bueno para detectar habilidades de comunicación y lenguas adicionales al español, deduje fácilmente que la dama no hablaba otra cosa que nuestro mexicanísimo español, así que aquella voz en la cabeza de mi anfitrión no era otra cosa que una genuina alucinación. Además, dado que lo conozco muy bien, sé perfectamente que odia hacérselo de perrito a sus amigas, y no se diga de cucharita, lo encuentra poco excitante. Él sostiene que la mejor posición para hacer el amor es aquella en la que hombre y mujer se perciban a sí mismos como iguales, al mismo nivel, como parejas simétricas donde el poder está distribuido por igual. Consideraba el sexo de perrito como algo anticuado y fuera de la modernidad. Él juraba que había leído a Fucó (se escribe Foucault), pero jamás he visto uno de sus libros en casa, así que es muy seguro que se haya pirateado una de sus frases en el Facebook y haya leído uno que otro artículo serio al respecto.
Aún con sus creencias bien aferradas a sus esquemas mentales, mi humano recordaba siempre los consejos de la doctora Olmedo: “la mujer se aburre con facilidad”. Así que, no muy convencido, le preguntó a su compañera si quería cambiar de posición. Sin decir una palabra, la dama acomodó su cuerpo de tal forma que su trasero apuntaba directamente a mi anfitrión. Con la misma facilidad que un niño se come un dulce, éste introdujo su miembro y comenzó a “embestir” a su amiga. Era evidente, lo disfrutaba. -Así, así. Así mi vida-, repetía ella. La mujer se mojaba más con cada entrada y salida, mientras que la cara de mi humano me decía que él no la estaba pasando igual. Sin embargo, es común que de vez en cuando los humanos se sacrifiquen para que el otro disfrute, siempre y cuando no corra riesgo la integridad y no se vulnere la voluntad de nadie. Además, por lo general, un hombre siempre se viene antes que una mujer, a menos que utilice técnicas ninja para evitarlo. Por ejemplo, una vez escuché a un amigo de mi humano decir que su truco era pensar en nombres de beisbolistas para distraerse y aguantar machín, como él lo diría. En el caso de mi humano, él acabó por descubrir que la posición de perro era un buen distractor para evitar venirse, así que le dedicó cinco minutos a su amiga para que ella disfrutara mientras él perdía sensibilidad y de paso quedaba bien con la dama. Ni el mismo Newton se sentía tan contento cuando descubrió la gravedad.
Se terminó el Milky Way y con él los cinco minutos. La dama estaba a punto de ebullición y mi humano listo para recobrar la excitación. La cogió de la cintura y la ayudó a ponerse de pie. Luego sostuvo su cara y la miró a los ojos para después robarle un beso lento y profundo. Mientras la besaba, mi humano fue bajando sus manos hasta llegar al trasero de su compañera y apretarlo delicadamente en intervalos de unos 5 segundos entre cada apretonsito. Una vez que hubo terminado con la retaguardia, metió la mano entre las piernas de la dama y comenzó a acariciar su vulva húmeda desde atrás hacia adelante, deteniéndose momentáneamente en su clítoris y dibujando círculos de placer que robaban suspiros y gemidos de aquella. Así, estando ella de pie, mi humano se hincó y comenzó a jugar con su lengua en el sexo de su compañera. Una y otra vez lamía hasta donde su músculo oral se lo permitía.
Él había recobrado la excitación y tomó asiento en el sillón. Ella lo montó, quedando ambos de frente para poder reconocerse y besarse una vez más. Los sensores de calor estaban al rojo vivo. Ella tomó el miembro de su compañero y lo introdujo en su vagina. Comenzó a contonearse y él a llevarlo más profundo. Era una sinfonía. Era inevitable, el fin estaba cerca. Ya no podían más. Al unísono, el sonido del placer se hizo escuchar por toda la casa. Un último beso silenció los gemidos de ambos y puso fin al mayor espectáculo de mi vida. Una fotografía se grabó en mi mente. La imagen de dos amantes sumergidos en su propio placer, inundados por el cansancio de su propia microhistoria.
Debo marcharme, al parecer mi humano roció Cipermetrina cerca del estéreo. Puedo sentir el efecto de los vapores, me duelen las antenas y quiero seguir viviendo para continuar narrando historias. La próxima vez que escuches un grillo criquear, espero que sepas a qué se debe, quizás esté viendo algo interesante. Hasta pronto.