Hoy la voy a matar
Para nadie en especial
El infierno aguarda. Lo he soñado tantas veces que ya no puedo esperar otra señal definitiva, hoy la voy a matar. Voy a hacer que su vida se consuma entre mis manos. Sentiré cada hilito de sangre derramarse entre mis dedos. Ya no puedo contenerlo. Es ella o soy yo.
Los vecinos están tan acostumbrados a nosotros que no verán nada extraño. Los gritos, el azote de las puertas. El vidrio estrellándose en las paredes es el pan nuestro de cada día. La odio tanto y estoy seguro de que ella también. Es el odio mutuo lo que me hace dudar cada vez menos. Cuando pienso en todo lo que haré y en todo lo que he hecho se borra de mí todo rastro de culpa.
Hoy, mientras corría por la cerrada iba imaginando todo con detalle. El miedo en su mirada, sus labios reventados, los mechones de su cabello en mis manos, el calor en mis palmas después de haberla golpeado hasta cansarme en sus mejillas. Me vi a mí mismo con un golpe en la frente por su intento fallido al defenderse. Yo sangraba de forma considerable, tanto que puede saborear mi propio plasma, cada sabor de mis células en mis papilas. Comerme a mi mismo mientras veo la mejor película en primera fila, como actor y espectador. Estoy seguro que después de esto no habrá nada igual.
Dicen que ante el mejor espectáculo, la mejor presentación. Hoy compré un nuevo rastrillo, de esos que con una pasada basta. Quiero que mi rostro quede al descubierto para que ella pueda recordarlo por siempre mientras se retuerce en las entrañas de la tierra. Corté mi pelo hace unos días, así que aún podrá sentir la forma de mi cabeza mientras intenta jalarme los pelos. Es increíble, con sólo pensarlo ya estoy salivando. Me siento como perro que no ha probado bocado en días. A veces me pregunto qué se sentirá tener esa mandíbula y esos colmillos para arrancarle la piel y los huesos a mordidas.
Por primera vez en mi miserable vida me bañé con jabón líquido, del que usan los deportistas. Huele a hombre y me hizo sentir tan bien que pude olvidar el olor de la loción que esta perra insistía que me pusiera. Compré una toalla nueva para poder usar la pinche garra con la que me secaba antes como trapo para limpiar la sangre de su carita mientras yace en el piso, así se llevará también mi olor con ella. ¡Qué placer pararme frente al ventilador para orearme los huevos! Esos no me los rasuré, yo no soy un puto delincuente sexual. ¡Pendejos! Vaya que violentar mujeres por la vía sexual denota falta de clase. Debe ser el odio y no la necesidad la que nos guíe. Esto se ha convertido en un valor para mí. ¡Te odio, te odio tanto, perra estúpida!
La situación amerita ropa nueva, así que para esta ocasión compré mis 501 y una camisa corte moderno, como siempre me han gustado. Hace tiempo que llevé a bolear mis botas flotter choco y dije que no volvería a usarlas hasta una ocasión especial, como hoy, por ejemplo. Saqué de mi maleta ese cinto de cuero trenzado a mano que compré en una sombrerería de un rancho cercano. Con el gel en mis manos acaricie mi cabeza y me acomodé el pelo.
Estoy frente al espejo. Puedo ver dentro de mí. !Porqué mierda! Ahí está mi mamá sentada, gorda desde que la conozco. Apesta a cigarro y fritura. ¡Vieja pendeja! Tengo hambre y sólo hay balines y una puta tortilla. Ya no tarda en llegar este güei con hambre y de malas, como siempre. Vale verga, yo estoy aquí, la tortilla es mía. Como albañil recojo los frijoles con el disco de maíz y me los llevo a la boca. Estoy atragantado, pero ya me acostumbré. Un pinche vaso de agua y se quita. Ya escuché la puerta, él está aquí. -¡Qué hiciste de comer!-, preguntó. La gorda no contestó. Mi papá se acerca a la estufa y ve los frijoles en el sartén jodido. Busca una cuchara y no encuentra, entonces ve que tampoco hay tortillas en el trapo y me ve con la mitad de la última en mi mano. -Presta para acá, pendejo-, me la arrebató como si nada. Me quedé viéndolo un rato con el mismo odio que veía a mi jefa. Cuando acabó con el sartén me dió un chingazo en la cabeza que me sacó un puchero sin lágrimas. -¡Chinga a tu madre!-, le grité. Antes de alcanzar a correr me metió un patín en la panza que me sacó lo poco que traía en el hocico. Lloré, no me pude aguantar, y la pinche gorda como si nada.
Hoy la voy a matar por eso y más. Las voy a matar a todas, perras. Sin cuchillo, sin pistola. Con mis dos manos les voy a poner una putiza. ¡Ya llegó! Puedo sentir sus pasos, estoy detrás de la puerta. Un putazo en el hocico, la voy a jalar de la greñas. La voy a mirar a los ojos mientras le arranco el aliento.
Bienvenida, mi amor. ¿Estás lista?
Alejandro Monreal