Desperté con la sensación de un cielo nublado, me preparé un café, saqué mi iPad, me senté en una de las sillas del comedor en casa y de fondo, acompañando los sonidos de una mañana dominical empecé a escuchar música.
Durante mi infancia y adolescencia acompañé a mi padre en sus luchas políticas, aprendí desde muy pequeño que el poder ciudadano existe en cada uno, a través de cada marcha, de cada protesta, de cada toma de instalaciones fui aprendiendo con la práctica que las y los ciudadanos podemos manifestarnos por medio de múltiples acciones como la resistencia y desobediencia civiles.
Recuerdos que me marcaron fueron dos marchas, una corriendo desde Gómez Palacio hasta la ciudad de Durango y otra caminando desde la misma ciudad natal hasta la CDMX.
Leíste bien: corriendo desde Gómez Palacio hasta la ciudad de Durango.
Tardamos una semana completa en llegar, al ver a mi padre después de 7 días mi madre se puso a llorar debido a su aspecto demacrado, fue una prueba muy complicada para todos quienes le acompañamos pero a mi me demostró de qué estaba hecho mi viejo: de una materia más poderosa que la buena madera, mi padre es un monstruo político hecho de voluntad, fuerza y dignidad.
Sólo el amigo y maratonista Arreola y mi padre corrieron todo el trayecto, comenzando muy temprano por la mañana y parando cuando el sol estaba en el cenit, reanudando pasadas las 4 de la tarde y parando ya sin el sol, hasta que el cansancio y la falta de luz nos obligaran a acampar para dormir a pie de carretera, en las cajas de las camionetas o de plano arriba de una colcha en la tierra.
A la marcha caminando hasta la CDMX no lo acompañé, esa duró un mes completo, el era diputado federal y yo viví la experiencia del primer viaje de estudios.
Recuerdo incontables protestas, algunas incluso con antorchas, cacerolas, palos y piedras. En efecto, yo no aprendí a hacer política desde el gobierno sino opuesto al mismo.
Acompañar a mi papá me permitió conocer a muchos personajes como Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Doña Amalia -su mamá- Porfirio Muñoz Ledo, sin obviar los nombres de mujeres y hombres que participaban activamente en la política lagunera y duranguense de aquel entonces.
A todas y todos los conocí, ellas y ellos saben bien quien soy.

Acompañar a mi padre en sus aventuras políticas me permitió conocer desde muy pequeño todas las rotativas, sets de televisión y cabinas de radio de la Comarca Lagunera y del estado de Durango, esto me permitió entender cómo se mueve el medio y gremio periodístico y, pasados algunos años me llevaría a conocer los medios de comunicación más importantes de Coahuila y de Nuevo León.
Tomamos la presidencia municipal de Gómez Palacio impidiendo la toma de protesta de un alcalde de esa ciudad, obligándolo a llevar a cabo esa ceremonia en el desaparecido salón ferrocarrilero de esa ciudad mientras nosotros establecíamos un campamento en las instalaciones de la alcaldía. Ahí permanecimos días y noches, pocos pueden afirmar que conocen esas instalaciones como yo.

También pocos saben lo que es estar en medio de trifulcas electorales en donde no pocas veces -más bien era lo común- hubo balazos, golpes y arrestos. En algunas batallas sociales nos mandaron emisarios armados a tirar balas al aire tratando de amedrentarnos, lo escribo como lo recuerdo, esa más o menos fue mi vida de los 11 a los 16 años.
Fue en las campañas políticas de mi papá que aprendí a doblar dípticos y trípticos, fue ahí que aprendí a hacer campaña “casa por casa” acción que hoy en día se conoce con el chocante apodo de “toca toca”, ahí aprendí lo que hace una avanzada, a perifonear, a calentar un público impaciente y multitudinario antes de la llegada de los oradores del evento, a hacer engrudo, a quedarme olvidado en algún ejido porque andaba pegando posters en las tienditas del rancho, a pelearme a patadas con los pinches perros de ejido, montoneros, cabrones y hambrientos, fue en ese contexto que aprendí a manejar.
Fue en medio de la lucha social, entre el terregal lagunero y el agua de frutas que preparaban Petrita y Juanita, las compañeras que asumieron la responsabilidad de los alimentos, que experimenté el inolvidable primer beso.
Viví lo que ninguno de mis pares a tan corta edad había vivido, por eso es que a veces me indigna ver a algunas y a algunos que lucran y siguen haciendo de la lucha social un negocio personal y un medio para servirse en vez de servir.
En una ocasión pusimos a encabezar una de las multitudinarias marchas a un burro con un cartel que llevaba el nombre del Alcalde en turno, en otra ocasión y debido a un mal trato de un gerente de un importante supermercado fue que entramos un basto grupo de personas, llenando cada quien un carrito de mercancía llegando al mismo tiempo a las cajas y, posteriormente, al momento de pagar alegando no contar con dinero para pagar en las 15 cajas, al mismo tiempo, colapsando negocio y gerente, por bruto.
Ocupamos la Presidencia Municipal cerca de una semana, cerramos calles, ocupamos una planta despepitadora; en las campañas y en la lucha social aprendí a hacer discada en rancho, entre ejidatarios, maestros, lideres, pueblo en general. Ahí aprendí a hablar en público, ahí fui testigo de la tremenda e injusta desigualdad al ver en la misma ciudad en la que habitaba a una anciana llorando porque tenía 3 días con un brazo quebrado y nadie le prestaba atención urgente e inmediata sólo por vivir en la periferia.
Ahí conocí y conviví con los verdaderos olvidados de la sociedad, ahí entendí el profundo enojo y el imposible batallar de los que menos tiene con las autoridades para conseguir apenas migajas, mientras ellos se servían con la cuchara grande.
Como lo siguen haciendo.
Pero -siempre hay un pero- nada es para siempre, las generaciones avanzan y lo que antes estaba en manos de unos, tendrá que pasar forzosamente a las manos de otros más jóvenes, más preparados, más patriotas, más conscientes, más cálidos…mejores.
Sumergirse,
superarse,
surgir.
Es tiempo de hacer política.