El ayuno tiene múltiples beneficios, el ayuno digital también.
La saturación del tiempo nos mantiene aturdidos, como quien bebe cada fin de semana y no le permite a su cuerpo deshacerse de las toxinas con apenas unos días de descanso entre parranda y parranda.
En esta “borrachera digital” vivimos, entre la resaca y la euforia mantenemos nuestra atención más en las pantallas que en la vida misma y dejamos de estar atentos, alertas, a las necesidades y las alertas de los demás.
Los mensajes de texto a la hora que la ansiedad, la preocupación o la alerta ajena dictan y no a la hora que uno está preparado no sólo para recibir el mensaje sino para responderlo de inmediato nos mantienen en un constante estado de alerta y vigilia que interrumpen nuestros ciclos naturales y los de nuestros menores, futuro de nuestro futuro.
La ausencia de silencio en la vida diaria nos ha hecho insensibles a la necesidad de tomar una pausa, de respirar, de estar presentes y sobretodo, de la necesidad que el otro tiene de estar en silencio.
Es como si no estuviéremos satisfechos con haber trastocado nuestro sueño con el exceso de todo lo “moderno y avanzado” de nuestra cultura sino que también exigimos que nuestros interlocutores se encuentren dispuestos y preparados exactamente en el momento en el que nosotros lo necesitamos.
El silencio es necesario para crear, para ordenar los contenidos que se adquieren al leer un libro, al entrevistar a una persona o simplemente para descansar del incesante ritmo de la vida diaria.
Al perder el silencio hemos dificultado enormemente la capacidad de fluir en alguna actividad, las interminables interrupciones que hacemos y que nos hacen, rompen, fracturan el ritmo de creación que conoce quien ama lo que hace.
Es como si la invención del control remoto y la inclusión del botón “pausa” nos hubiera hecho creer que tenemos el derecho de “pausar” a los demás interrumpiéndolos (y sobretodo) cuando les vemos más inmersos en su quehacer, incluso si te encuentras escribiendo con los audífonos puestos, que es una señal universal, clara, contundente y pública que significa: POR EL AMOR DE DIOS NO ME INTERRUMPAS.
Los grandes de los medios tradicionales se preguntan qué fue lo que pasó con la radio, el periódico y la TV así como con las formas de arte y entretenimiento predigitales sin darse cuenta que la pausa, la interrupción, la constante falta de respeto a la digestión emocional y mental del otro es fenómeno origen de la ausencia de lugares comunes, de identidad y de pertenencia que originan la fractura del tejido social, polarizando las posturas políticas y crispando a la sociedad, a cada pausa.
No es de extrañar que ahora las series cuyos capítulos duran mucho menos que una película sean uno de los espacios narrativos más socorridos en la era del contenido on demand, queremos más en menos tiempo, porque ya no tenemos paciencia ni tenemos tiempo.
En la era de la sincronía digital, de la actualización constante de los sistemas operativos y de la personalidad desechable, la constante e interminable interrupción nos impide transitar por la maravillosa curva del aprendizaje y de la experiencia propios para intentar montarnos sintéticamente dentro de la lógica y el ritmo de los demás, que interactúan incesantemente con nosotros y que tienen una agenda personal, propia y desconocida.
El lujo del futuro es el silencio, un lujo que se antoja cada minuto más inalcanzable para la mayoría de la población, los nuevos esclavos digitales de la atención.