REFLEXIONES DE UN PARRILLERO (1)


Celoso de la lumbre deseo poseer el fuego, enigmático elemento que se nos va de las manos y que consume todo lo que atraviesa su paso solamente puedo cocinar con él cuando me encuentro en Parras, Coahuila.

La oportunidad se dio y partimos a nuestro destino, yo venía buscando el asador de barro que siempre utilizo y que es el único que me permite cocinar con fuego de leña, no a las brasas, no al carbón ni a la leña indirecta -como en un horno de ladrillo- sino en una pequeña chimenea con una parrilla para asar.

Fotografía cortesía de Gaby Gancz

Creo en el poder de fuerzas invisibles más no inexistentes y considero que el amor es la más poderosa de ellas, en un aparente sinsentido de acontecimientos de repente nos encontrábamos en condiciones de partir muy consentidos por los mimos artísticos de la querida Tabata Ayup -quien nos envió un maravilloso obsequio- a través de su hermano, Sergio, quien ha emprendido un negocio de salsas que están simplemente espectaculares -de las que hablaré más adelante-.

Y me refiero al amor porque es precisamente el dar de comer una de las manifestaciones más genuinas de afecto hacia una persona.

Por eso no suelo escribir reseñas o críticas sobre productos, restaurantes o servicios -a menos que estos sean públicos- y tampoco cobro por ello, emito mi opinión basado en mi experiencia y sobre eso te quiero platicar.

El Gabo

Hace unas semanas recibimos en casa tres paquetes de empalmes y medio litro de salsa roja cortesía de mi compa Aldo Montelongo, el mero chingón de Los Reales de Monterrey: de asado, deshebrada y chicharrón, y si te digo semanas tal vez sea pasado el mes, los recibimos al alto vacío completamente congelados y así los preservamos hasta ahora.

Ayer prendí el fuego, se fue bajando poco a poco, Gaby se puso un putadazo en el pie mudando -junto conmigo y los niños- el asador, putadazo que se quitó con un similar número de copas de dos poderosos caldos de Casa Madero mientras yo me aventaba la asada de unas costillitas de Revuelta marinadas con las sacrosantas manos de mi accidentada -pero feliz- cómplice.

Fotografía cortesía de Gaby Gancz

Sacamos los empalmes y los coloqué sobre la parilla a fuego controlado y sostenido, la manteca de cerdo -de noble origen- fue tostando la deliciosa tortilla por el exterior mientras que dentro los guisos se calentaban despidiendo pecaminosos olores, al voltear el empalme y presenciar la milagrosa reacción de Maillard la sangre se me subió, la bilirrubina tuvo un súbito acelerón y me convertí en el viejo del sombrerón.

¡Todo voló raza!

Gaby alcanzó a tomarle una foto a los que quedaron, mismos que crujientemente me estoy recetando con la salsa roja de la casa que es, simplemente una delicia, y es que un empalme debe crujir al morderlo, la tortilla frita en manteca al fuego lento le da un sabor que en ningún restaurante lo encuentras a menos que sea en Los Reales de Monterrey y lo más chingón es que los tienen para llevar, síguelos en sus redes, están locos como uno.

Si no la toma Gaby no salen, me apendejé!

A propósito de salsas -mas no de locos- las Salsa Artesanales Ayup son una chingonada, debes mantenerlas en refrigeración pero no van a durar, tanto la de Aguacate Spicy, la Cilantrux y la Spicy Hot (que es roja) son un delicia a las que ya les dimos un bajón de miedo (y de medio) porque las dejamos a la mitad a pesar de que vienen en presentaciones generosas, recomendables al 100% y con toda la condianza de compartir en familia o regalar.

Pues eso es todo, ya me abrí una cerveza y me preparo para los programas de la próxima semana, para la tarde de hoy y para el desenlace de la competencia en Instagram que me trae echo un pendejo jajajajajaja feliz carne asada a las mujeres y los hombres de la parrilla y de la carne asada.

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