-cállese, por favor-
Esa pareciera ser la nueva normalidad donde lo común es manifestarse sobre un enjambre de temas invocando a la libertad de expresión (de la que no se tiene una puta idea) ignorando sus límites, publicando odio a lo pendejo y evitando abonar con el anhelado silencio.
Es precisamente el discurso de odio, la afectación de los derechos de terceros y el deseo de dañar a un individuo o a un grupo determinado de personas lo que hacen de la libertad de expresión un derecho que no es absoluto pero que es constantemente confundido con esa condición jurídica que no le corresponde.
Los algoritmos de las redes sociales estimulan la publicación constante de contenido (aunque publiquemos cualquier cosa) las plataformas nos convierten a todos en emisores de noticias mientras la pantalla nos muestra anhelos ajenos que nos producen frustraciones de sueños no cumplidos, víctimas del síndrome de desinhibición en línea publicamos una cantidad infinita de mierda que bajo ninguna circunstancia diríamos en persona.
Creemos que nuestra opinión vale algo y confundimos fatalmente una realidad con otra: la realidad digital de la del mundo que se desenvuelve frente a nuestros sentidos.
¿Clasismo? ¿Racismo? ¿Me Too? ¿Aborto? ¿Libertad de expresión? ¿AMLO? ¿TRUMP? ¿Fin del mundo? ¡puta madre la lista es interminable!
Poco tiene de amable pedirle yo a usted que se calle pero si es amable de mi parte guardar silencio sobre temas que ni voy a resolver ni voy a mejorar, por eso trato de denunciar lo que sé que voy a poder resolver o algo en lo que me voy a comprometer en persona, a lo que dedicaré el tiempo y esfuerzo necesarios, y mi tiempo y esfuerzo, créame, son oro…
Evito publicar ese solitario tweet que nació destinado al olvido, lleno de sangre, a la hora que sea, el odio genera odio, y si eres un medio de comunicación te aseguro que la nota roja ya no da resultados porque todo pareciera estar rojo hace tiempo, si eres una figura pública considera la posibilidad de no opinar sobre todo, todo el tiempo.
La música se compone de silencios, el dormir es el silencio del estar despierto, también el silencio es una respuesta y nos ayuda a tomarnos esa pausa necesaria para madurar las ideas, para practicar la empatía y la tolerancia, ausentes en una sociedad que cada día se polariza más y que es gustosa de decantar su responsabilidad dogmática y cómodamente en un tercero antes que hacerse responsable de su entorno inmediato.
El silencio daña sólo cuando es cómplice.
Menos cómplices y más mexicanos de primera, eso me imagino, pero tal vez sea mucho pedir para un tipo que sigue intentando mover objetos con la mente.