Creo que nadie escribe sin pensar que algún día, por más íntimo que sea lo plasmado, será leído por alguien más.
Tal vez sea el juez interno el futuro lector de mis tormentos y no me permita a mí mismo darme el tiempo para hacer un recorrido por todo lo maravilloso y demandante, generoso y apremiante 2018 que en unos días se nos acaba.
Este año lo empezamos en unas oficinas y lo terminamos en otras, gracias a mi tocayo Jorge Samaniego el Metrax, Super Mario volvió a mi vida y a la de mi esposa, gracias al Maestro Memo Colmenero y a su obra en préstamo itinerante nuestras oficinas lucen mucho más, mi barba llegó a su máximo y la corté con el Maestro Jorge Nápoles, fuí al TSM mucho más que nunca, me fuí en enero con mi compadre al Palmito y por primera vez prendimos una lumbrada echando gorditas en una isla de esa presa, mi casa se convirtió en la casa de la suerte porque aquí vimos al equipo de mis hijos y de mi suegro llevarse el superbowl, me acerqué más a mis padres y festejamos a nuestros hijos nuevamente en sus cumpleaños, me involucré más en sus vidas y estoy reconociendo a sus amigos, tuve el honor de ser invitado como Juez en los PRC2018, salí a cenar con Gaby y disfrutamos juntos del centro de nuestra ciudad, nos mudamos de oficinas y yo recordé lo que era ponerse a trabajar con las manos limpiando nuestro local actual por primera vez antes que nadie entrara a trabajar ahí, me enamoré de Torreón porque volví a caminar por el centro, descubrí la luz y me dí cuenta de las dualidades, dejé de salir por las noches para ir más a los partidos de futbol, viajé a San Diego y regresé a la preparación de la oficina, me sentí aceptado y apoyado por mi familia, mis papás vinieron más a La Laguna, me perdí el homenaje a mi tio lacho, me escapé con Gaby a la playa, festejamos su cumpleaños en la oficina, hicimos más cosas en familia, mi papá y su segundo libro, Iván y Any se casaron y yo aprendí a nadar.
Este año también experimenté con mi histrionismo y con la salud, me quitaron la vesícula y al parecer también la verguenza, cometí errores de los que aprendo y espero no repetir pero también aprendí a confiar en los demás, a pedir ayuda, a ser solidario y a depender de otros, a estar convaleciente y consciente de que necesito actividad porque me gusta estar vivo, este año superé los 430 días meditando, terminé mi proceso terapéutico iniciado cinco años y cuatro meses atrás y me reconocí y acepté un poco más a fondo, viéndome de frente en el espejo y haciendo lo necesario para reir con el reflejo y no para insultarlo.
Me doy cuenta de que no hay nada mejor que estar presente, estar presente para uno y por ende para los demás.
Quiero agradecerle a 2018 todo lo que me enseñó, las lecciones que me dió y los regalos que me brindó. Gracias por el amor y por la vida, por la mente y la memoria, por esos sus días y por esas, sus noches…



























