Porqué decidí dejar de usar una barba larga.


Ayer asistí por segunda ocasión a una reunión de amigos que tiene celebrándose desde hace varias décadas. Me sentí muy a gusto y me tomé la libertad de entrar en confianza. A los cuarenta años es más difícil hacer nuevas amistades pero hacer nuevos amigos siempre ha sido igual: te veo a los ojos y si lo que veo me da confianza entonces podemos intentar ser amigos.

La vista, poderosa como lo es, me impidió ver (de manera paradójica) la razón de una tendencia que comenzó como un fenómeno cada vez más frecuente, en la calle la gente dejó de sonreírme. No me di cuenta cuando comenzó pero pude notar falta de empatía en algunos casos y en otros algo muy parecido al rechazo.

Estoy consciente de que he decidido no pasar desapercibido, independientemente de la razones que mi histrionismo tiene para manifestarse de maneras exóticas, por decir lo menos. Me doy cuenta cuando la gente se me queda viendo, habla (tal vez) de mí o cuando me evita.

Al haber nacido daltónico percibo el mundo más pardo que quienes no lo son, esa peculiaridad me ha dado un carácter taciturno y constantemente busco en las manifestaciones artísticas como la música y las artes los tonos sombríos y dramáticos sobre lo luminoso o alegre, pensaba que si mis ojos nunca verían lo maravilloso que es la diversidad en los colores entonces le daría más importancia al trazo que a la tinta y eso contribuyó a deprimirme. Como parte del plan de contingencia para atacar la depresión estuve buscando todo lo que me ayudara y encontré los lentes oscuros que siempre traigo puestos y que están diseñados para que gente como yo vea como los demás. Las gafas me cambiaron la vida, estoy ahorrando para comprar la versión para usar en interiores y disfrutar de las bugambilias en flor también los días nublados.

Desde niño mi tio Luis (para quienes tienen que ver con la agronomía es conocido como el Ingeniero Luis Bernal) ha sido lo más parecido a un abuelo que yo he tenido, lamento el poco contacto que tengo con el y no tiene para nada la edad para ser mi abuelo, pero su imagen y su presencia, chida siempre, aportaron aspectos definitorios a mi personalidad: el fue quien me enseñó a prender carbón, a pescar, a acampar, a ver la tele echado de panza en el suelo y a usar un poderoso e imponente mostachón. Aunque mi bigote no está a ese nivel, siempre me acuerdo de mi tio cuando me veo en el espejo.

Desde los diecisiete años dejé de rasurarme para intentar tener algo parecido a una barba como la del Che Guevara (dicen que todo adolescente es cheguevarista) y asi le he seguido hasta el día de hoy con la excepción de tres ocasiones en las que decidí rasurarme por completo. Hace tres años dejé de cortarme la barba para dejarla crecer y hace muchos años dejé de ser ese adolescente que veía el mundo en blanco y negro. Con mucho cuidado e higiene mi barba llegó a un punto muy divertido hasta hace unos días cuando decidí que mi amigo el Maestro Jorge Nápoles le diera cuello y me dejara con una versión mucho más pequeña y amable para la interacción personal.

Estaba padre el ejercicio de intentar emular a un arquetipo pero se comenzó a poner pesado, la carga era emocional ya que al usar lentes oscuros, traer tatuajes visibles y portar una barba y bigote que practimente ocultaban mi rostro estaba dificultando a los demás el poder interpretar mis mensajes corporales a través de una herramienta clave: la cara.

Sonreía y no me sonreían de regreso y la razón era que mi aspecto significaba una barrera para la interacción con los demás. Como muchos, tengo dificultades para convivir con la gente a pesar de que tenga facilidad para hablar ante un micrófono, de plasmar lo que pienso a través de la escritura o de transmitir en vivo en mi perfil de Facebook y mi aspecto no me estaba ayudando a convivir con los demás.

Me gusta hacer amigos, conocer gente, hablar con los demás, saber que piensan y cómo piensan. Procuro escuchar más de lo que hablo y me niego a creer que en esta vida hay pocos amigos ¡yo quiero tener muchos!

Aspiro a llegar a viejo, creo en el trabajo diario y el esfuerzo constante, soy muy inquieto pero muy disciplinado, me apasiono y brindo mi amistad como la rosa blanca de José Martí:

Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.

Quiero tener muchos amigos, para disfrutar el tiempo con ellos cuando los hijos nos llenen de nietos, para quejarnos de la política y arreglar el país en una charla y para seguir celebrando la vida conociendo gente nueva de todas las edades y de todas las creencias, quiero tener más amigos y la amistad se hace con la convivencia, con la confianza, con la camaradería y en la celebración. Ver más a mis amigos de siempre, brindar mi amistad a quien aun no me conoce y ver más a mis tíos y mi familia son deseos que tengo para el año que ya casi comienza.

La diversidad es, en todos los aspectos, el elemento enriquecedor de toda experiencia. La tolerancia es el agua calma sobre la que navega la amistad. La confianza se brinda una sola ocasión para no ponerla nunca en tela de duda. La amistad contiene estos elementos y es mucho más inefable porque no es amor pero ama, no es confianza pero confía, no es tolerancia pero tolera, no es diversidad pero es increiblemente diversa.

Espero que la amistad perdure y que me inviten a la siguiente emisión de la reunión de ayer en donde me permití disfrutar, cantando y departiendo con los hacedores de una bonita tradición.

¡Felices fiestas, amigos!

2 comentarios sobre “Porqué decidí dejar de usar una barba larga.

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