El tecleo interminable


Utilizar WhatsApp es más común en estos días que utilizar el celular (no se diga el teléfono). Lo anterior implica una fractura en el complejo fenómeno de la comunicación humana; no quiere decir que la herramienta sea nociva sino su mal uso y abuso. Todos los días y parte de sus noches estamos siendo notificados sobre la llegada de un mensaje o la aportación de alguno de los miembros de uno de tantos chats, hoy en día pocas personas tienen activadas las notificaciones de audio y si es así imagino que puede ser porque han perdido sensibilidad o porque simplemente no reciben mensajes a menudo. 

Al parecer la Era Digital será conocida como la era de la nostalgia, no nos hemos dado cuenta de lo que hemos perdido y no lo hemos descubierto: el silencio. 

Con el uso de herramientas como WhatsApp hemos mezclado dos mundos que antes estaban distantes: la vida pública y la privada, ya que dichas herramientas son utilizadas a través de la existencia de una línea celular.

En una llamada telefónica, quien llama y quien contesta se encuentran listos para «iniciar» y «terminar» una llamada, pero con WhatsApp esto parece no suceder nunca, aunque salgamos de la app las conversaciones o los «Chats» se encuentra exactamente en donde fueron dejados, saludar y despedirse de un chat, dependiendo de la naturaleza del mismo, puede ser o no muy necesario o incluso percibido como una pérdida de tiempo (y en términos reales lo es para quien utiliza la herramienta para llevar a cabo su trabajo) ahora es común pedirle permiso a alguien por WhatsApp para llamarle ya que la llamada implica un grado más «personal» de comunicación, más diáfano, y ciertamente lo es.

Escuchar al otro nos forma una idea mas o menos clara del mensaje, nos obliga a la atención de uno de los sentidos: el oído, pero un Chat no sustituye a la vista ya que no vemos al otro, incluso a través de la pantalla (con una videollamada) el sentido de la vista estaría siendo modificado gracias al filtro que supone la pantalla.

Lo que vemos en WhatsApp es un mensaje escrito que interpretamos como queremos, nuestros padres no estaban en contacto todo el tiempo, considero que para ellos estaba muy clara la diferencia entre lo necesario y lo urgente, de lo urgente a lo cotidiano y se nota. 

La naturaleza de las notificaciones implica de nosotros cuando somos receptores un estado de mente tranquilo, ecuánime, que pueda lidiar con múltiples demandas de múltiples canales, ya que por lo general cuando somos emisores deseamos comunicar nuestro mensaje de inmediato, la ausencia material del otro frente a nosotros y la lógica ignorancia de su estado (se encuentra trabajando, al volante, en una reunión, con su familia, durmiendo o llevando a cabo alguna otra exigencia biológica) nos vuelve ciegos ante su realidad.

¿Qué podemos hacer?

Al despertar no toques tu celular, establece una hora para despertar y una hora para revisar tu celular, si tu trabajo es muy demandante y decides comenzar a utilizar WhatsApp desde temprano al menos dale el tiempo a tu mente y a tu cuerpo de despertar por completo: levántate, camina, establece un ritual, compra un despertador para que no utilices tu celular, utiliza las funciones «no molestar» y/o «nocturno» tratando de tener al menos 30 minutos de silencio para ti. Si te despiertas a la hora que tienes que trabajar no tienes remedio, hazme favor de salirte de este blog, mereces la furia de Skynet.

Sensibiliza a los demás, platica más en persona, ve más a los ojos, escucha más que hablar y trata de alejarte un poco más de tu celular, porque «charlar» por WhatsApp es un tecleo interminable que no conoce de días o noches, vacaciones o fines de semana, es la ausencia de análisis y de reflexión, el comentario hiriente o el error, lo responsivo es más parecido al boxeo que a la comunicación y es, además, el camino seguro a la mala comunicación y al descalabro.

El mundo muy pronto necesitará tomarse una pausa o entrará en coma…

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