Por Alejandro Monreal
Comer, comer. ¡Qué belleza y qué regalo para los sentidos!
Acá tenemos por costumbre denominar a la comida por la hora en que baila en nuestra boca. Almorzamos por la mañana y comemos por la tarde. Los suertudos cenan por la noche. Desayuno y colaciones son un lujo que pocos se pueden dar.
En el barrio se le dice “refinar” sin importar la hora. “Vamos a refinar, vatos” –dijo el profe-. Si eres más hábil y experimentado puedes aplicar el “vámonos a comerciales”, o sea, a comer.
Yo como, tú comes, él come, ella come, ellos comen, nosotros comemos. En efecto, todos lo hacemos. Es inevitable no comer, a menos que estés gibado o hasta el full, como diría mi tía Antonieta que en paz descanse.
Hablar de comida es hablar de mí y de todos nosotros. Somos lo que comemos y algún día seremos comida para necrófagos o quizás el platillo para un tigre o un león.
Hablar de comida es hablar del huevito con chorizo, manjar que bien preparado por tu jefa o por tu abuela desprende su olor característico que hace que quieras levantarte de la cama sin importar la desvelada.
El lonche de huevo con chorizo es el hechizo que da vida a los niños y adolescentes de las escuelas públicas. Solía ser el deseo de muchos que con nostalgia y cierto desánimo recordamos que nuestras jefas no nos llevaban lonche a la escuela.
Tibio y sudoroso
En servilleta o aluminio.
¡Cuánta belleza en el recuerdo!
Comida, vida y recuerdo.
Comer pa´ no morir, pa´ apaciguar la tripa.
Comer pa´l arranque, pa´tapar la muela.
Suertudo quien come y recuerda
Triste quien imagina que come
Comer bien, comer rico.
Comer un lonche…
… uno de huevo con chorizo.