Ayer tomé mi tabla y salí a patinar. Ya no con la misma habilidad de antes, pero sí con la misma felicidad. No fue nostalgia lo que me llevó a tomar mi monopatín (como le dicen los españoles), fue la decisión y la falta de miedo. Les confieso que llegué a pensar que la gente me vería con malos ojos, pues es raro ver a alguien que rosa los 30, realizando una actividad que normalmente se considera para niños y adolescentes. Ayer me aburrí de pensar tanto en la gente y me acordé de mí. Finalmente, aunque Rodney Mullen y Tony Hawk sean patinadores profesionales que rebasan los 45 años, la gente puede opinar lo que quiera.
Sé que comencé hablando de mí, pero déjenme decirles que esa no es la intención, aunque, según los psicoanalistas, todo lo que hacemos es algo que habla de nosotros.
Cuando era adolescente (con menos vello facial del que tengo ahora y evidentemente escuálido y tostado por las bronceadas vespertinas estilo “duvalín”) tuve la oportunidad de conocer a un colega de patinadas muy peculiar. Les confieso que no era mi amigo y a decir verdad, nunca supe si “el Potato” (así le decían) tenía amigos. El Potato era un chico de piel blanca, creo que su pelo era castaño, casi de mi tamaño (yo mido 1.83), y un poco más delgado de lo normal. Su habilidad en el skateboarding estilo flatland era algo del otro mundo. Era un pinche placer ver al fiel retrato de Rodney Mullen en apariencia y habilidad, aventándose los trucos que yo apenas y hacía con miedo. No había nadie igual en toda La Laguna, o al menos nunca lo conocí. Lo más cercano era yo, y no lo digo haciendo alarde, sino con cierto resentimiento, pues el flatland nunca ha sido muy valorado en la región. Aquí puro street agresivo y uno que otro técnico. El Potato era un tipo raro, casi no hablaba, permanecía generalmente alejado del grupo y sólo articulaba palabras para cuestiones muy concretas. Algunos podrían decir que era mamón, yo prefiero decir que se quería un chingo a sí mismo.
En una ocasión mi amigo el Valadez, después de ver como se aventaba una rutina al puro pinche estilo perrón de Rodney Mullen, se acerca con los ojos pelones y lo saluda diciéndole: ¡qué onda Mullen! No sé si la respuesta que dio el Potato fue un error o un aprendizaje para el Valadez; para mí, después de más de 10 años, se convirtió en un aprendizaje; pero prosigamos con la historia. Luego del saludo, el Potato, volteó en dirección al bosque Venustiano Carranza y solo dijo: me llamo Luis”. Tomó impulso y subió a su tabla para seguir haciendo sus rutinas, las más perronas que he visto hacer a un lagunero “flatlandero”.
¿Qué diablos tiene que ver esto con la psicología? Bueno, Luis me enseñó que a pesar de que la gente pensaba que era extraño y le ponían apodos (por cierto, nunca supe por qué le llamaban Potato), Luis siempre continuó siendo él mismo. No le pesaba su forma de ser, se sentía cómodo con su nombre y no le interesaba relacionarse con aquellos que no estuvieran dispuestos a respetarlo. Aunque para muchos, incluso para mí, hubiera sido un honor que nos llamaran como el mismísimo Rodney Mullen, el prefirió su nombre ante todo.
No sé que haya sido de Luis, y en honor a la verdad, solo tuve el placer de verlo dos veces, pero de lo que estoy seguro, es de que ese güei se quería un chingo o por lo menos, eso me demostró en ese momento.
Y ustedes, ¿cuánto se quieren?
PD: Les dejo un enlace para que se deleiten con una rutina del mismísimo Rodney Mullen y dejo claro que skateboarding is not a sport, it is a lifestyle.
Rodney Mullen – Ollie and Innovate (TED Talk)