La imagen de Villa traicionado y asesinado a la mala representa lo que México le hizo a su Revolución.
La niña vestida de adelita y el niño vestido de revolucionario, en nuestro imaginario común (que más se parece a una histeria colectiva) hemos fijado los estereotipos contra los que luchamos y que nos siguen anclando a un pasado sin sentido que nos ha traído hasta este momento, el más estéril en la existencia de nuestro país.
En esta fecha seguimos vistiendo a nuestros hijos e hijas con bigotes y pistolas, rebozos y trenzas para que parezcan algo que no son, que no serán y que en el fondo no queremos que sean (¿o sí?), ellas emulando la figura de la adelita, vengadora y guerrera pero abnegada y sometida por el macho mexicano, ellos aprendiendo que la virilidad está en los bigotes y en las armas.
No es nuestra culpa ser como somos: el producto putrefacto de años y años y al menos dos generaciones educadas por las películas de Pedro Infante, el chavo del ocho y Televisa, un país que ha entendido mal la equidad de género y la libertad de expresión, María Félix con todo y que era «La Doña» tuvo que ir de pie mientras Pedro Armendáriz iba montado en su caballo en la escena final de «Enamorada»; actrices y actores contribuyeron sabiendo o sin saberlo a construir el México que hoy vivimos. Actrices y actores, políticos y empresarios, espectadores y ciudadanos. Todos somos culpables.
Últimamente he notado un fenómeno recurrente en las redes: se privilegia la imagen y no la lectura, lo inmediato y la falta de sincronía que ha traído la tecnología a nuestro (des)tiempo nos ha dividido en estetas y ciegos, en voyeurs y exhibicionistas, en hipocritas y descarados. No entiendo las narices y orejas de perro en las fotos de hombres y mujeres que luego se encabronan si se les cosifica, no entiendo a los perrhijos, no entiendo a los animalistas que se alegran por la muerte de un torero cuando la vida humana es la de mayor valor en nuestra especie. No entiendo este tiempo y no hay nada nuevo bajo el sol, excepto que ahora la exhibición es masiva y todos mostramos nuestras carencias.
Los cumpleaños se centran en el regalo y no en el festejo, los compromisos se centran en el tamaño del diamante y no en la esperanza de un futuro con el otro a tu lado, la revolución se celebra sin trabajar y con un desfile por las calles polvorientas, mal pavimentadas y con pésimo drenaje como las que tenemos.
¿Que estamos haciendo para mejorar?
La Revolución Mexicana ya pasó, el 68 ya pasó, el 71 ya pasó, el 88 ya pasó, el 2000 ya pasó, Calderón ya nos pasó, Peña Nieto nos sigue pasando, los gobernadores ladrones ya escaparon y los que no lo han hecho se están amparando, los partidos nos siguen engañando y tu sigues en tu casa, seguramente preparando a tus hijos para vestirse de macho o de adelita y tomarles su foto ´pal feis.
La historia es importante siempre y cuando se conozca, las tradiciones nos anclan y nos enseñan el pasado, con sus errores y sus virtudes, sin embargo en México tenemos la pinche costumbre de telenovelizar la nuestra y entender el mundo como una lucha entre buenos y malos, machos o jotos, luchonas o casadas, pobres o ricos, nacos o fresas, buchones o juniors.
Me niego a aceptar un México ignorante pero es lo que tenemos, es lo que hay, es lo que toleramos, por eso yo hoy no voy a festejar ni madres y mañana que sea lunes de no labores si voy a trabajar.
Ya tendré tiempo de festejar la Revolución Mexicana cuando la misma fructifique, los ideales que la motivaron se murieron y fueron enterrados por la clase política que hoy gobierna, pero gobierna porque lo permitimos, porque queremos.
«El que por su gusto es buey hasta la coyunta lame».
Hoy no celebro la Revolución, sólo el cumpleaños de mis dos sobrinas…