Que difícil es ser uno mismo, llevarse la cuchara a la boca y no sentirse culpable.
Cuál difícil resulta alzar la mano y pedir ayuda, suplicar paciencia y no tener que ordenar el cuarto.
Cuánto trabajo cuesta decir lo siento y vivir con indiferencia, con latidos lentos, con espacios no alterados.
Darle un gran mordisco a la vida misma y no pensar en aquellos que con la lluvia todo el tiempo se gotean.
Que difícil es apagar el cigarrillo de aquél astuto que llena el aire de pavesas.
Que pesado debe ser tener que soportar los sonidos emitidos por cien claxon manejando hacia la empresa.
Que fastidio es aguantar que nunca hay café puesto y te gane la pereza.
Que aburridos los discursos, las juntas y estas pláticas intensas. Que abrumadoras resultan ser las conversaciones con el jefe y los colegas.
Que estúpido tener que contar billetes y no poder llevarme un fajo a la cartera.
Que triste es ver pasar la vida y no comprar el auto que tanto se desea.¡Qué tristeza, de verdad qué tristeza!
Tener que casarme con lo que había y no poder rehacer mi vida con quien yo quiera. Firmar los papelitos y llevar a los niños a la escuela. Gastarme los días y llevarles diariamente la comida hasta la mesa. Llegar cansado, lavar los trastes y al final tener que ayudar con las tareas. Que fastidio debe ser tener que compartir la cama tan fría, tan ancha, tan vacía. Que flojera me da tener que levantarme a tempranas horas para la misma estúpida jornada. Que aburrido es meterse día a día en esta armadura hecha por sastres, para al final del día añorar un muro con el cual poder partirme la cabeza. Cuánto más debe arrastrarse para conseguir ese aumento tan añorado. Revolcarme en esas páginas felices como alguna vez nos lo contaron. Salpicar de lodo el rostro y aventar burbujas cuando nos pegue en la cara el sol. Qué será de nuestros hijos si huelen el odio que día a día les sembramos. Que horrible es tener que cortar el jardín sin tijeras y usar solo las manos. Que cansado es tener que caminar para montarme al mismo autobús y no crecer, no avanzar, odiando cada instante, cada segundo toda una vida, envenenado el tiempo, el aire, la mente y el cuerpo, a ti, a mí, a todos. Cuándo dejaré de abrir los ojos y quedarme todo el tiempo dormido, inconsciente o constantemente tumbado, soñando. No sufriendo, no llorando, no quejando. Cuándo sonreiré como cuando era niño, persiguiendo papalotes y enredarme entre tus brazos. Qué triste es que tengas que leerme, que me veas roto, o rota, que te reflejes como en un espejo y descubras que hay mucho de mí en ti, así como a partir de hoy yo habitaré en ti, como mujer, como hombre, de sobras, de restos, de densidades.
“Algún día dejaremos de ser animales y amaremos más a todo ser humano”
Cuántas lágrimas se necesitan para ahogarme, para que entender que no se bebe aguantar ser pisoteado.
¡Hasta cuándo!
Que cansado debe ser tener que llegar y soportar los gritos de los tuyos, de los míos, de los nuestros. Que pena no tener las agallas para aventarlo todo y de nuevo renovarlo. Que lamentable tener que leerte siempre queriendo, intentando, pensando y nunca actuando. Que triste es ver tus toneladas de intención y el insignificante gramo de acción.
Y aquí, mientras terminas de leer esto, y te lamentas más, te das cuenta que se te fue la vida, huyendo y rogando, sufriendo y penando. Te repites hincado y le ruegas al cielo morirte a tiempo, morimos juntos, lento, muy lento. Y así, a tres metros bajo el suelo, enterrarte lo bonito para escudarte por siempre en todo aquello que te llevas sepultado.
¡Detén ya esta absurda caminata, no te tortures más, quítate la venda y arrójate por la ventana, mi fiel amigo de suspiros desvalijados.
Hoy más que nunca la vida es un simple parpadeo, ya no hay tiempo y el reloj sigue avanzando.
Mañana, mañana qué sé yo…
Wow, gracias!
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