Carta a mi hermano


No recuerdo muy bien si esta es la segunda o la tercera carta que te escribo; a final de cuentas es prueba de que el careo y las confrontaciones no se me dan muy bien contigo, y no es porque no quiera, extrañamente hay algo en mí que no me lo permite. A pesar de lo anterior, quiero que sepas que siempre he estado preocupado por ti, que nunca que te he dejado de querer a pesar de las discordias y los conflictos que tuvimos o podamos tener.

Tú y yo, ambos compartimos el mismo origen, somos producto de algo que no se planeó, o al menos eso es lo que yo sé. No fuimos planeados, pero fuimos bien recibidos por mamá. Tu vida y la mía no han sido fáciles, hemos perdido mucho y considero que también, la vida nos ha sonreído en muchas ocasiones. Crecimos juntos, reímos y lloramos, compartimos amigos y vivimos la violencia en nuestro hogar, quizás no tan grave como en otros casos; pero al final de cuentas, violencia.

De una forma u otra, la situación en que vinimos al mundo, los pensamientos de nuestros familiares, y nuestros propios genes, prepararon el molde de lo que somos ahora. Pareciera que yo escogí un camino más fácil que el tuyo o así lo hicieron mis abuelos, no lo sé. Por destino o por decisión de de mamá y de nuestra abuela dormíamos en casas distintas: tú eras de mamá y yo de abuela. De una forma u otra, creo que me perdí los mejores momentos con mi mamá y tú te los ganaste. Por otra parte, tú te perdiste unos momentos en casa de nuestros abuelos, unas cuantas noches; pero al final nos reagrupamos y vivimos juntos nuevamente.

Las circunstancias hicieron que fueras etiquetado negativamente por todos los que nos rodeaban. Eras el flojo, el destructor, y más adelante el rebelde y el borracho. No es un secreto, pues muchos saben que siempre me molestó y me molestará que te llamen así. Me molestaba que no pudieran ver lo noble que eres, tu inteligencia y la amistad incondicional que les ofreces a quienes te rodean. Creo que al final mis abuelos tuvieron que reconocer que siempre estuviste allí a pesar de todo y lo comprobaron el día en que se fueron de este mundo, en que tú estuviste cerca, haciéndoles compañía. Con respecto a nuestra mamá, creo que ella no necesitaba pruebas de ti, pues te conocía a la perfección, confiaba en ti y sé que te amaba.

Yo no escogí ser el bueno en mi infancia, así me moldearon ellos y creo que también pudieron haberlo hecho contigo; sin embargo, creo que por razones que aún ignoro, no supieron atender a nuestras necesidades psicológicas de manera más justa para ti y para mí. Me pesa mi papel de “buen hijo” y he de confesarte que hubo momentos en que me odie a mí mismo, porque fuera así. Deseaba que los papeles se invirtieran y ser yo el malo y que pudieran ver, por lo menos un segundo, lo bueno que hay en ti. Hoy entiendo que esto no fue culpa nuestra, fueron las circunstancias; las familias son tan raras, nunca lo entenderé, aún siendo psicólogo.

No podemos cambiar nuestro pasado; pero he comprobado que siempre podemos cambiar aquello en los que nos convertiremos y nunca es tarde para eso, tú me lo has demostrado.

Te quiero, hermano.

Psicólogo Alejandro Monreal

Grupo Miranda Psicología Especializada

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