Se quedó pasmado frente al puto teclado, le parecía que «puto» era un adjetivo, además de corriente, fuera de lugar, pero aún así lo usó, tenía que usarlo, lo necesitaba, onomatopéyico independiente tenía la cualidad y fortaleza que su cerebro buscaba para describir al puto teclado, siempre unas teclas son frente a quien escribe reto y afrenta…
¿Que había hecho mal? ¿en que maldito fuckin momento la había cagado? porque en su mente todo funcionaba de maravilla y de repente sintió la necesidad de prenderse un cigarro y adivina que: se lo prendió…(pausa)
Ya con tabaco en mano supo que algún día se iba a morir de eso, un cáncer pulmonar o un accidente en moto, cualquiera de las dos caras de la maldita puta muerte que siempre estaba ahí, esperante, desesperante, agazapada (para ser intelectualoide necesitas inventar palabras)
Disfrutaba estas semi jornadas sempiternas semidesnudas semieróticas de su semialma, era un desalmado muy armado que se perdía facilmente en la semántica de la semiótica de las pinches palabras, de repente ya era un trabalenguas…como su vida.
Pensaba en lo trágico y se le iban de la mente las ideas maravillosas para iniciar al fin esa novela, ese cuentillo, ese relato pinche que saliera del alma a tocar a los demás pero nada ¡nada! todo se borraba de repente y no hacía mas que balbucear ideas con el teclado
el fuckin teclado
ese apego nocturno cuya denominación se asimila a un arpeggio nocturno (a veces el teclado cobra vida como un piano y se estremece y se confunde confundiendo todo y a todos)
Se supo perdido, marasmético y cortazariano, que es la palabra que mejor describe a los escritores frustrados, y se durmió ahí, sin reparo, sólo, solamente ejercitando el ejercicio de su soledad…
No prendió más, no aprendió más y sin más que decir ni hablar se puso a escribir.
Le llamaron a la esperanza y otra vez volvió a confiar,
maldita herencia
que siempre nos vacila.
este puto, fuckin teclado…