Decidió no llegar todavía a su casa y seguir arriba de la moto. Iba exhausto del trabajo y tomó la ruta de siempre pero algo había cambiado, la hora y la luz a las que estaba acostumbrado eran diferentes y eso hacía que la vía pareciera totalmente nueva y refrescante.
Aceleró.
Sintió el poder de la máquina debajo de su cuerpo que le llevaba en línea recta a no sabía donde. El aire fresco de la tarde se pegaba en su ropa, a través de su casco alcanzó a oler la fragancia de algunas flores que en la noche encontraban el capricho de mostrarse así, desnudas regalando su perfume a cualquiera.
Sonrió.
Pensó en retener ese pensamiento en forma de palabras para poderlo plasmar después pero pronto claudicó; «siempre se me olvida» sentenció.
Traía puesta su mochila y vio el medidor de combustible a su izquierda cuando de repente, con la velocidad de un accidente lo atacó ese pensamiento recurrente: «¡toma la carretera, hazlo ya sin pensar!» la idea le atraía, hizo cuentas, costos de gasolina, traslados y horas de viaje. Eran las 8 de la noche, si salía en ese momento llegaría a Monterrey a las 11 y para las 2 am habría regresado exhausto, un poco desvelado y con una historia inolvidable que contar.
«Algún día lo haré» me prometí.