Abrió los ojos y se encontró en la casa de los señores, no entendía porque estaba de nuevo ahí, sin embargo era lo único cierto dentro de lo confuso de aquel momento.
Agradeció la certeza, aunque fuese breve.
Una enorme nostalgia le invadía, era de noche y escuchó al señor platicarle algo a su mujer que se encontraba, según sus cálculos, secándose el cabello después de haber tomado un baño.
«La rutina de la semana» sonrió.
Tomó el camino de las escaleras, tenía la costumbre y el sospechoso pero inocente hábito de no hacer ruido y ser practicamente invisible para no perturbar a quienes brindaba sus servicios.
Su figura franca y casi enorme llenaba el pasillo que remataba en la habitación del joven matrimonio y al asomar su rostro le vio recostado, casi no le reconocía, sin embargo el cariño que sentía por ellos seguía ahí, inmutable.
Su rostro, blancusco y anguloso dibujó un gesto que pretendió ser una sonrisa, pero lo brusco de sus facciones le arrebataron un aspecto siniestro y sombrío.
Dentro de la habitación el hombre que estaba recostado sintió que le miraban y volteó, al verle gritó de espanto y su alarido buscó el auxilio de su mujer.
Contrariado, el enorme hombre de rostro blancusco y anguloso se había visto obligado a huir a toda prisa del lugar dejando nuevamente desamparados a los únicos seres por los que había experimentado algo parecido al amor.
No entendía el porque del susto, «solo quería saludar» pensó.
Cuando la mujer salió del baño con urgencia, tropezando para ir a su marido, le preguntó que había sucedido, el le contestó:
«Tenemos que mudarnos, el fantasma ha regresado».