La piel quemada, ceniza, tostada.
El aire entrando por el casco, el ruido de la moto recordándote que casi flotas en un plano en el que los otros no.
La mano derecha controlando la velocidad casi con vida propia, la izquierda dando trámite cada vez que cambias la velocidad.
El pie derecho firme, el izquierdo en constante movimiento.
La vida pasando acelerada a tu alrededor.
Una sonrisa que surge desde el corazón y la constante reafirmación de que es la mejor decisión que has tomado: comprar una moto.
Sabes que volverás a caer y la caída será fuerte, ojalá no sea mortal pero va a doler y mucho.
Pero vale la pena.